Con frecuencia, las personas que han estado cerca de morir relatan el haber experimentado sensaciones muy intensas, como ver una luz blanca o el haberse encontrado con algún ser querido, entre muchas otras. Lo comunes que son este tipo de relatos y las coincidencias entre ellos ha motivado la pregunta ¿habrá alguna explicación científica al respecto?
Hasta hace algunos años, se pensaba que en el momento en que el corazón deja de bombear sangre, el cerebro se volvía inactivo, ya que la persona dejaba de responder si se le llamaba por su nombre o algún otro estímulo.
Sin embargo, en un artículo publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, la neuróloga Jimo Borjigin, de la Universidad de Michigan, relató cómo hace casi diez años, ella y su equipo estaban realizando algunos experimentos con ratas para observar sus reacciones neuroquímicas después de una cirugía. Para su sorpresa, cuando dos ratas murieron vieron que una de ellas tuvo una gran producción de serotonina.
Esto llevó a la neuróloga y a su equipo a repetir el experimento. Observaron que en varias ratas, después de que su corazón dejó de latir y de que su cerebro ya no recibía oxígeno, había una gran actividad de varios neurotransmisores, principalmente serotonina y dopamina, los cuales nos hacen sentirnos bien, así como noradrenalina, que nos pone en alerta.
Estos resultados despertaron el interés de la investigadora por conocer qué pasa en el cerebro humano en el momento de morir.
Respuestas en los neurotransmisores
El cerebro es uno de los órganos más complejos del cuerpo humano. Pesa alrededor de 1.5 kg. Esto, en una persona de peso promedio y talla media, equivale a tan solo el 2% de su peso corporal. Sin embargo, es un órgano muy demandante, requiere una gran cantidad de nutrientes y consume el 20 % de la energía producida por el organismo, comenta el doctor Luis B. Tovar y Romo, director del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM.
Para funcionar adecuadamente—explica— el cerebro requiere que la sangre le suministre continuamente oxígeno y glucosa. Con estos elementos, las neuronas generan, entre otras sustancias, una molécula conocida como ATP (trifosfato de adenosina), la cual es la principal fuente de energía para las funciones celulares en todos los seres vivos; sin ella, procesos que van desde la contracción muscular, la digestión, la secreción de las glándulas, la circulación de la sangre, entre muchas otras, serían imposibles.
En particular, la ATP es necesaria para el mantenimiento del potencial de membrana que es indispensable para la comunicación de miles de millones de neuronas. Esta comunicación produce pequeños impulsos eléctricos que se pueden registrar en lo que se conoce como ondas cerebrales.
Las ondas cerebrales tienen diferentes tipos de frecuencia, unas son más rápidas y otra más lentas y es posible observarlas a través de un electroencefalograma. Cuando una persona fallece, la sangre deja de llegar al cerebro y, por lo tanto, este deja de recibir oxígeno y glucosa y empieza a fallar.
Pero mientras esto sucede, existen algunos elementos de las neuronas que siguen funcionando, por ejemplo, siguen respondiendo a neurotransmisores como la serotonina, dopamina y glutamato, esto produce actividad eléctrica por un pequeño periodo de tiempo. Lo anterior se ha podido comprobar porque en algunas ocasiones ha coincidido con que la persona al morir está conectada al electroencefalograma.
Significa que a pesar de que la persona ha sido declarada como muerta y de que ya no hay un estado de conciencia, el cerebro sigue activo porque todavía algunas de las neuronas se mantienen vivas, pero se irán deteriorando rápidamente, afirma el investigador.
Las personas que sufren un paro cardiaco y son intervenidos para reactivar su función cardiaca experimentan una actividad neuronal fuera de la normalidad, porque liberan una cantidad importante de neurotransmisores. Con frecuencia, cuando se logra restablecer la circulación sanguínea, estas personas tienen recuerdos como el haber visto luces u otras sensaciones.
Tiene que ver con que el cerebro tiene circuitos muy activos que nunca descansan; por ejemplo, cuando soñamos, vivimos experiencias que para nosotros son reales, no nos damos cuenta de que estamos soñando.
Es algo parecido a lo que sucede en las personas que estuvieron cerca de morir, es como el recuerdo de haber soñado algo. Tal vez este tipo de sensaciones son un sueño diferente a los comunes, pero se deben a que el mecanismo neuronal está perturbado porque no hay suficiente energía.
Por unos minutos el cerebro sigue funcionando y se activan los circuitos, pero estos circuitos eventualmente se van a ir apagando cuando se acabe la energía, es parecido a cuando un coche va caminando se le acaba la gasolina, sigue avanzando una pequeña distancia, pero poco a poco se va parando porque ya no tiene energía.
Si en ese momento se le pone gasolina al coche, vuelve arrancar y puede ser que al principio no funcione totalmente bien, esto se asemeja cuando una persona está cerca de morir y se reanima, explica el doctor Tovar.
¿Y las ondas gamma?
Por su parte, la neuróloga Jimo Borjigin realizó un nuevo estudio, como continuación al que había realizado diez años antes, con cuatros personas que por diferentes enfermedades estaban en coma con soporte vital y conectadas a un electroencefalograma.
Cuando se dieron cuenta que no había forma de ayudarlos, los doctores y la familia decidieron “dejarlos ir” y se les retiró los respiradores. Al hacerlo, dos de los pacientes mostraron un aumento de la frecuencia cardiaca junto con un aumento de la actividad de las ondas gamma.
Las ondas gamma están relacionadas con la recuperación de la memoria y el procesamiento de la información, son especialmente activas cuando se sueña, se medita y se concentra.
Borjigin cree que, al generar oscilaciones involucradas en la recuperación de la memoria, el cerebro puede estar reproduciendo un último recuerdo de eventos importantes de la vida justo antes de morir, similares a los reportados por las personas que han estado cerca de la muerte.
Sin embargo, debido a que su muestra es muy pequeña (solo dos personas) reconoce que falta mucha más investigación y aún no es posible hacer afirmaciones definitivas, además no se puede saber en este estudio qué experimentaron los pacientes porque fallecieron. Sin embargo, los hallazgos obtenidos son la punta de un iceberg gigante, debajo del cual hay muchísimo por descubrir, reporta la neuróloga.
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