A medida que envejecemos, pareciera que los días, meses y años se deslizan con mayor rapidez, transformando la percepción del tiempo en un fenómeno que desafía el calendario físico. Esta experiencia tiene sus raíces tanto en la fisiología humana como en la manera en que estructuramos nuestras vidas. Investigadores desentrañaron algunos de los mecanismos detrás de esta aparente aceleración del tiempo. Es por ello que la escritora especializada en estilo de vida, Helen Coffey del medio The Independent, publicó un artículo sobre esta tendencia.
El profesor de ingeniería mecánica en la Universidad de Duke (Estados Unidos), Adrian Bejan, explicó al medio británico que la velocidad en que las personas procesan imágenes disminuye con la edad debido al crecimiento y la complejidad de las redes neuronales. Este fenómeno ralentiza el transporte de señales eléctricas, reduciendo los “fotogramas por segundo” percibidos. Debido a esto, los adultos experimentan el tiempo como si este transcurriera más rápidamente. Bejan lo compara con un flipbook: al tener menos imágenes procesadas, se llega al final de la secuencia con mayor rapidez.
Durante la niñez, el cerebro se enfrenta constantemente a estímulos y experiencias nuevas que generan recuerdos vivos y duraderos. Con una mayor edad, la rutina reduce la posibilidad de novedades en las vivencias, haciendo que los días parezcan más cortos. Esta falta de nuevos estímulos se traduce en una percepción acelerada del tiempo, puesto a que los eventos habituales no quedan fijados en la memoria como momentos únicos.
Otra clave para comprender este fenómeno es la proporción relativa del tiempo. Para un niño de cuatro años, un año representa el 25% de su vida; mientras que para un adulto de 40, equivale solo al 2,5%. Este contraste hace que los años más tempranos se sientan más largos en comparación con los posteriores.
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